Si quieres automóvil, tienes que haber pensado dónde guardarlo. La mayoría de peruanos, una vez que ya tiene su carro, deja al pobre abandonado en la calle o parque, esperando que nadie lo robe o que los pajaritos tengan compasión de no ensuciarlo tanto.
Antes, para tener automóvil tenías que tener una cochera. Ahora, no. Los espacios públicos son el perfecto estacionamiento gratuito de miles de choferes. Los parques son los nuevos cementerios de automóviles y otras carrocerías. También las calles, parcial o completamente, están copadas de carros, buses y cousters estacionados en ellas hasta nuevo aviso, convirtiéndose en sus tumbas y sus abrigos. ¡Ven las estrellas del cielo en vez de un techo aburrido y oscuro!
Las autoridades
Las advenedizas municipalidades favorecen la criollada del vecino. No importa el medio ambiente. Por eso, la gente vive endeudada, estresada y el tráfico se ha vuelto un infierno en la tierra (de paso, nos morimos un poco más cada día, gracias al humo de esas chimeneas que nos regalan las carcochas de nuestro parque automotor). Al existir tanta carrocería sin control de las autoridades, el caos es evidente.
Los choferes, como buenos vecinos que pagan sus impuestos, creen que un espacio público es también su propiedad, una prótesis de sus casas.
¿Existe un control real de carros, buses, motos y mototaxis? ¡No! Hay vejestorios que siguen en la carretera prodigando miseria, humo negro y mal aspecto, sin que un policía lo detenga por ese atropello a la salud pública. Es más, las revisiones técnicas ya son parte de una mafia que poco le importa la salud pública. Cualquiera puede falsificar documentos de tránsito y licencia de conducir.
Una cochera sirve para guardar un carro. Hay cocheras públicas. Cuestan, pero los dueños de autos que se albergan allí demuestran su responsabilidad con hechos y no solo palabras. Si no tienes cochera y tienes carro, paga una cochera.
Todos los días, en Lima, vemos carros viejos que, en vez de estar en un cementerio de autos o reciclados en algún lado, duermen el sueño de los olvidados en parques. No importa si no tienen llantas o alguna autoparte.
Qué decir de los propietarios que no lavan sus carros. En los vidrios, solo se leen nombres, tonterías o el clásico pedido
¡Lávame por favor!
Pedro Manuel Vargas Aspíllaga

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