Sebastián Lazarte vivía en el distrito de Breña, a unas cuadras de La Rambla en la avenida Brasil. Tenía 50 años y fue obligado por su esposa a criar a los dos hijos de su amada descendiente Eloísa, quien tenía dos trabajos y regresaba a la casa paterna casi siempre a las 12:00 a. m. Pocas veces los veía despiertos de lunes a sábado. Los domingos eran los únicos días que estaba con sus vástagos.
Cuando Rubén, el hijo menor de Sebastián, se casó y se fue con Ivana a vivir lejos por motivo de trabajo, él y su esposa pensaban que por fin descansarían de cuidar criaturas y retomarían el ritmo de vida que tenían cuando aún no nacían sus tres hijos. No imaginó que Eloísa llegara un día a su casa pidiendo auxilio porque su conviviente la había abandonado para irse con una chibola. No le importó que estaba embarazada por segunda vez.
De los tres, ella fue la más alocada entre los hijos de Sebastián. En su juventud se dedicó a estar de parranda en parranda porque le aburría estudiar algo más que no hubiese sido lo que aprendió en la escuela. Fue allí, en una disco, donde conoció al padre de sus hijos. Ambos jóvenes trabajaban en cachuelos: no duraban en trabajos formales, sea porque se aburrían rápido o por no tener estudios superiores. Cuando fueron padres creyeron que sería fácil: Un tiempo estarían en la casa de los papás de él, y otro, en los de ella.
No pensaron que los padres de él los botaron inmediatamente. Para aquellos regía la regla "Cuando tienes familia, en otra casa debe vivir". Eran de Lima y esa era la costumbre antigua . Felizmente para los jóvenes padres, Sebastián y su esposa eran de Ayacucho. Los aceptaron. Después de que se enteraron de que serían otra vez padres, la pareja de Eloísa le dijo que se marcharían de allí, porque vivir con los suegros era un calvario: puro reclamo por dejar a su hijo sin bañarse todos los días y no preocuparse si comía algo o no.
Eloísa también estaba hastiada y con cólera por tantas llamadas de atención. Sus padres no querían entender que eran muy jóvenes aún y que necesitaban vivir intensamente aún mucho más de lo que ya estaban viviendo entre tanta borrachera y salidas nocturnas. La orden de Sebastián a su esposa era de no volver a ser padres. Eran abuelos y nada más. Se habían privado de muchísimas cosas y de vivir bien por criar a tres hijos con buena salud, sin que les faltara nada básico y con mucho cariño dentro de lo posible. Ya el mayor estaba felizmente casado y con dos hijos menores que eran adorables.
Cuando Eloísa fue abandonada por su pareja, la orden de la esposa de Sebastián fue "ayudarla inmediatamente con su hijo mayor y apoyarla en el embarazo. Ellos volverían a ser padres". Sebastián había comprado unos boletos para viajar en crucero por Europa, pero tuvo que venderlos para pagar los gastos de alumbramiento del segundo hijo de Eloísa. Años después, en una visita inesperada, los otros dos hijos discutieron muy fuerte con sus padres y con Eloísa. El mayor les dijo:
- Viejitos, ustedes se sacaron la mugre por nosotros para darnos una buena educación, nos enseñaron valores y gracias a ello, somos hombres de bien. Estamos muy agradecidos y nunca los olvidaremos. Pero Eloísa, te pasas de fresca, pues. Tienes un hijo con un patán y bueno para nada, después te embarazas de nuevo con el mismo pendejo. Se larga el tipo y vienes a la casa de nuestros padres para joderles la vida. Ellos ya no son jóvenes. Están muy cansados y ahora tienen que criar a tus hijos en vez de que te las arregles por tu cuenta. Nadie te obligó a acostarte con el sinvergüenza, tampoco a no cuidarte de quedar preñada. Tienes que irte, no seas pendeja ni mal agradecida, carajo. Disculpen padres por mi lenguaje, pero es lo que pienso.
- Oye tú, Fermín. Es mi vida y no me jodas. No tuve la suerte de encontrar una buena mujer como tú o como Isaías, me fregué al conocer y enamorarme del Juancho, pero tengo que seguir adelante. Me parto el lomo en las chambas, necesito un alivio y eso lo encuentro los fines de semana cuando tomo o bailo. Soy aún joven, carajo. No he vivido lo suficiente y no saben lo que es parir -le dijo Eloísa a su hermano.
- ¡Eres una conchuda! -le dijo Rubén. Nuestros viejitos lo han dado todo por nosotros. Si no has querido seguir estudiando es porque no querías. Eres nuestra hermana y te queremos, pero estamos en contra de lo que estás haciendo: No pagas ningún servicio, apenas das para la comida, el internet que pediste a Claro lo tiene que pagar nuestro padre, ellos son los que tienen que comprarle ropa a tus hijos, llevarlos al colegio y al nido. ¡Es el colmo hermana! Ellos ya parecen pordioseros, mientras tú te compras ropa de marca, tomas como mierda y regresas borracha los sábados. Tras eso, nuestra madre tiene que atenderte como reina, lavar tu ropa y la de nuestros sobrinos, por poco no le dices que te dé de comer en la boca. Estamos aquí para que tomes consciencia y dejes en paz a nuestros viejos. Ve y reclama al puto ese con el que estuviste. Ni siquiera cumple con darles a sus hijos una manutención por ser menores de edad.
- ¡Lo de Juancho es mi rollo, hermano! No te metas en donde no te llaman. Nuestros viejitos son nuestros padres y nos criaron bien. Es el deber de todo padre cuidar a sus hijos hasta la muerte. Ellos ya vivieron lo que tenían que vivir. Yo soy muy joven para lavar ropa mugrienta de mis niños o cocinar. Nunca me ha gustado cocinar. Necesito comprarme ropa de marca y estar bien producida para que no me boten de las chambas -le contestó Eloísa, bien molesta.
- ¡No pareces nuestra hermana! ¡Qué fea tu conducta! Pareces adoptada. Lo que haces se te devolverá algún día. Nuestros viejitos merecen vivir en paz ahora que ya estamos grandazos. No cargarlos con nuestras vainas. Nadie nos obligó a ser padres y ellos nos enseñaron valores que creo nunca escuchaste . Te pasas al querer no ser madre de tus hijos. Nuestros viejitos son más sus padres que tú. Le quitas su pensión a mi viejo y esclavizas a mi vieja. "Les has lavado el cerebro", carajo. ¡Te has vuelto una mala mujer y una pésima madre! -le dijo molesto Fermín.
- ¡Ya paren! gritó la esposa de Sebastián. Dios nos ha puesto una prueba muy fuerte para que no nos desviemos de su camino. Dios así lo quiso. No somos nadie ni nada para cuestionar sus sagrados designios. Ella es su hermana y nuestra única hija. Deben respetarla. Creí que habían venido para darnos alegrías y no dolores de cabeza. Están fomentando que esta familia se divida y no lo permittiré.
- Pero viejita, dijo Rubén, no te faltamos el respeto ni a nuestro viejito. Vinimos para visitarlos, pero estamos viendo que los sobrinos hacen de la suya sin ningún control, no ayuda en nada el mayorcito en las tareas de casa y nuestra hermana ha estado durmiendo después de la borrachera que ayer en la noche tuvo. Hemos visto que ustedes, viejitos lindos, son sus sirvientes y que sus nietos ni siquiera le tienen respeto o cariño a no ser que les den plata para comprarse gaseosa o alguna chuchería. Nos jode y nos indigna que Eloísa los trate como perros.
- ¡Oye tú, qué hablas pendejo! ¿Tienes caca en el cerebro? Ya les dije, el deber y única responsabilidad de nuestros viejos es cuidarnos hasta que nos muramos. Eso incluye a nuestros hijos. Ya tienen experiencia y bueno, yo les pego a mis chuckies si se pasan de la raya con ellos. Es la vida que les tocó vivir. ¡Y ya, no! ¡Fue suficiente! ¡Lárguense de nuestra casa! Ya no son bienvenidos aquí. Solo vienen a joder la vida de uno y a fijarse en los defectos. Esta casa gracias a mis hijos está llena de mucha bulla. Ya no es un cementerio -les gritó Eloísa a sus hermanos.
Se abrazaron por mucho tiempo, lloraron un poco y se dirigieron a sus hogares. Poco tiempo después se enteraron de que la casa paterna había sido traspasada a Eloísa y que sus hijos parecían mendigos, porque sus pobres viejitos estaban algo enfermos y no podían controlarlos ni mucho menos educarlos. En varias ocasiones quisieron ingresar a la casa familiar, pero Eloísa les arrojaba agua fría o caliente, montaba un circo con gritos y amenazas, o simplemente llamaba a Serenazgo para que los alejen de allí.
De vez en cuando los vecinos veían cómo la esposa de Sebastián, bien encorvada, iba tras sus nietos al colegio nacional en donde estaban matriculados. Unos años después, postrado en el hospital herido de muerte por una infección generalizada, producto de una neumonía mal curada, las últimas palabras de Sebastián a su ya sorda mujer fueron estas:
"Alberta, solo quise que fuéramos felices, juntos, y que cuando nuestros hijos fueran grandes, viajáramos por todo el mundo, renaciendo en cada día y teniendo la vida que merecíamos. Pero ya ves, nuestra hija salió mala y me jodió el plancito. No la mandé al carajo por ti y por ser mi hija, pero vaya que se comportó como un demonio. No sé qué hicimos mal. Desde que estuvieron esos malcriados de sus hijos, que no quiero reconocer como nuestros nietos, envejecí mil años cada día. No te lo quise decir porque te iba a doler mucho y lo que menos he querido es lastimarte. Pero ahora que estoy muriendo, la maldigo mil veces por ser una pésima hija y una manipuladora de tus emociones y sentimientos.
Desde que le permitiste salir a discotecas la perdimos. "No le pegues" me decías. Creo que ese fue mi gran error. Los jóvenes de ahora creen que lo saben y lo quieren todo. Dejan que sus padres se encarguen de sus hijos y eso nunca debe hacerse. Un hijo o hija desde que tiene relaciones sexuales, sabe con quién se mete. Ahora existen modos de no quedar embarazada. Ser padre es algo sagrado y de gran responsabilidad, demanda mucho sacrificio y paciencia, temple para corregir y humildad para aprender de los errores cometidos en el camino.
En esta época de locos, los jóvenes creen que los padres deben criar y educar también a sus criaturas. Creen que el dinero lo es todo y se matan por chambear, se compran estupideces que realmente no necesitan, y nos dejan la crianza de nuestros nietos. Nuestro deber termina con nuestros propios hijos. No debemos hacernos cargo de nuestros nietos. No es correcto. Si nos visitan bien, si no, normal.
Yo estuve de acuerdo con mis verdaderos hijos, pobrecitos, nos querían ayudar y la maldita los ahuyentaba. Ahora que me muero, veo la verdad y me atrevo a decirla a quien quiera escucharla. Los padres somos cuidadores y educadores de nuestros hijos, no de nuestros nietos. Dejennos vivir. Ya suficiente hemos sacrificado por ser papás. No estamos en la edad para volver a criar y educar a niños que ahora son tecnológicos, hiperactivos y malcriados".
Después de decir estas palabras, Sebastián sintió unas fuertes hincadas en su pecho. Después, ante la mirada ausente de su esposa, que no sabía qué ocurria realmente, los médicos intentaron revivirlo aunque sin éxito. Había tenido un paro cardíaco. Murió sin ver a sus hijos varones, solo con la compañía de una Alberta casi loca de tanto llorar y de tanto preocuparse por su hija y nietos. Luego del entierro en secreto, ella fue desalojada de su casa por Eloísa. Al final, terminó viviendo en un albergue clandestino de ancianos, donde murió poco después.
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